A continuación, podrán recrearse con sus trabajos.
¡Enhorabuena a los dos!
SEGUNDOS INMENSOS
Cada cincuenta años, se celebran en Hibernalia unos juegos arcanos en los que magos de todas las razas y lugares del mundo acuden a ellos por la posibilidad de que el gran archicanciller, poseedor del conocimiento supremo, otorgue al ganador de dichos juegos el poder que éste más desee.
Falindor y Erevior, dos hermanos hechiceros, vivían en un pequeño pueblecito que estaba siendo sitiado por una horda de bárbaros, los cuales atacaban y devastaban la región a placer. Falindor, el mayor, era más impulsivo y primario que Erevior, el cuál, carente de la fuerza que heredó su hermano, poseía una gran astucia e ingenio. Al ver cómo su gente sufría a manos de los bandidos, decidieron participar en los juegos para, con el premio del ganador, acabar con el sufrimiento de su pueblo.
Al comenzar los juegos, Falindor demostró su coraje en numerosas ocasiones, y gracias a las argucias de Erevior consiguieron superar las primeras pruebas, no sin dificultad. A partir de ese momento las cosas se complicaron, ya que las pruebas no se trataban sólo de acertarle a una diana a 200 metros con una bola de fuego, o invocar un espectro de hielo, sino de derrotar dragones, atravesar mazmorras infestadas de todo tipo de monstruo que ande, nade o se arrastre por el mundo, duelos entre magos, etc.
Tras sufrir numerosas heridas y estar a punto de perder la vida en varias ocasiones, consiguieron llegar junto a otros tres magos a la prueba final, la cual consistía en una batalla entre ellos. Lucharon ferozmente contra sus rivales, y de nuevo gracias al ingenio de Erevior consiguieron derrumbar un edificio y encerrar a los magos en él.
Superadas todas las pruebas, se adentraron en la torre del archimago en busca de su recompensa. En lo más alto del torreón se encontraba esperándoles; su actitud, serena e impasible, denotaba una gran sabiduría y conocimiento. Falindor se adelantó a pedir su deseo, ya que consideraba que al ser mayor el honor de ser el primero recaía sobre él. Éste pidió poder parar el tiempo a voluntad, siendo él el único que permaneciera consciente, y poder reanudarlo con un simple pensamiento. El deseo le fue concedido, pero pronto comprendió que le era totalmente inútil, ya que al parar el tiempo, él también se paralizaba, aunque su mente continuaba funcionando, no pudiendo afectar a nada en el mundo, ni cambiar nada en él. Con los años, ese poder tan sólo le serviría para ganar tiempo para pensar, en aquellas escasas ocasiones en las que se vio necesitado de hacer tal cosa.
Erevior, al ver la desgracia de su hermano, se adelantó a pedir su deseo: deseó no poder parar el tiempo, sino poder acelerar el suyo vertiginosamente a voluntad, para que así un microsegundo para el resto del mundo, para él fuese como si hubiera pasado una hora. Con éste nuevo poder, se dirigió a su pueblo, dónde los bandidos se preparaban para un gran ataque final.
Éstos cargaron ladera abajo contra el indefenso y magullado pueblo, esperando saquearlo sin dificultad. Entonces, Erevior apareció entre ellos y el pueblo. Los bandidos se detuvieron un segundo ante la repentina aparición, pero luego estallaron en carcajadas ante la idea de que ese muchachito fuera a interponerse en su camino. Sin embargo, Erevior les dio una oportunidad para que se largaran antes de que fuera demasiado tarde. Éstos se echaron a reír de nuevo, creyendo que se trataba de una broma, pero al ver que iba en serio, se encolerizaron enormemente con el joven, y cargaron furiosamente contra él. Pero para asombro de todos, a mitad de camino se vieron desarmados en un breve parpadeo, y todas las armas quedaron amontonadas ante Erevior. Muchos bandidos huyeron ante tal magia, pero los más fanáticos cargaron desarmados contra él. Uno a uno fueron cayendo fulminados en el suelo, sin llegar a comprender qué era lo que había sucedido. Al final, sólo Erevior se alzaba entre los cadáveres de sus enemigos. Había demostrado que con su nuevo poder, el movimiento, y en consecuencia el tiempo, estaban bajo su control, y ya nadie más volvió nunca a amenazar a su pueblo, y pudo dedicarse a usar su don para acabar rápidamente con los inútiles conflictos del mundo, instaurando así una nueva era de paz y prosperidad, que duró tanto como duró su vida, si bien su vida no fue tan larga como lo que hubiera sido deseable, pues envejeció a un ritmo claramente mayor de lo normal…
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