Bienvenidos jóvenes, pasen, están en la
casa de los libros (que, si no son leídos, palidecen. Así que enciéndanlos con
la mecha de su mirada y, sobre todo, su comprensión). Ya sé que habrán reparado,
como atentos lectores, en la paradoja del título de la presentación: ¿lo nuevo
puede suceder otra vez? ¡Claro! De este modo acontece con los clásicos, cada vez que los leemos,
renacen.
No vamos a hablarles de concursos y
premios (haberlos, haylos) en los que, en cualquier caso,
pueden participar durante cada uno de los trimestres; ni de su formato (texto,
música, vídeo, dibujo…), sino de la necesidad de que ese incendio silencioso,
ese bosque universal de las palabras, encuentren su cauce (pues también los
libros son ríos de emoción, reflexión y acción) en ti mismo, lector, y puedan
despertar a ese otro tú adormilado que siempre va contigo.
Hablemos del INFIERNO, que es el tema de este primer trimestre. Porque si, desde
pequeños, nos educan para el Bien, ¿qué ocurre con el Mal? Inevitablemente
sucede. Y ésta es únicamente una cuestión moral. Supondrán ustedes, podrán
imaginar, que el Mal es un ente metafísico muy real (e histórico), que podemos
encontrarlo en ese suculento plato de callos, aderezado en el disimulado sabor
de este o aquel veneno, con el que se dispone a almorzar por última vez.
El Infierno
puede ser virtuoso, placentero o compasivo, no sólo maligno. Las páginas de
la selección de textos (Las Flores del Mal: Y el Infierno se hizo
Verbo) constituyen un recorrido fértil y sabroso por los senderos de lo
prohibido (esa madre severa, aburrida y moral). Disfruten, por qué no,
bañándose en las aguas de la maldad, olviden aquello de Vade retro…
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