El movimiento, el viaje como experiencia ética y espiritual (placentera, por supuesto) es un ingrediente para escapar de las garras de la cultura de campanario y el localismo universal que nos asedia cada día con su invisibilidad explícita y castradora. Así que ¡viajen con nosotros! al ritmo que marcan las dinámicas líneas que van desde Homero a Herbert George Wells, pasando por Marco Polo, Colón o Kavafis, sin olvidar la fantasmal e imponente figura que fue Emily Dickinson.
En esta ocasión, el cartel anunciador es gentileza de Manuel Leguizamón (1º de Bachillerato A), quien ha resultado ganador del concurso realizado por el profesor Antonio Domínguez en la materia de Proyecto Integrado. Enhorabuena, Manuel.
Les dejamos, ignorados y venideros lectores, con las líneas de presentación del tema que han sido enhebradas por la certera y perspicaz aguja de la profesora Encarnación Porcel, del Departamento de Física y Química. ¡Pasen y lean!
El movimiento: de aquí
al más
allá
Este último trimestre,
desde la biblioteca, te invitamos a viajar, a moverte pero ¿en qué sentido?
Si te asomas a una
clase de física
oirás
que el movimiento se define como “todo
cambio de posición que experimentan los cuerpos en el espacio, con respecto al tiempo y
a un punto de referencia”. Aunque no es la única definición posible. En
general, podemos decir que esta palabra abarca mucho más que una modificación de posición, hace referencia
también a cambios culturales, sociales, políticos, económicos y personales.
El ser humano tiene
una característica que lo hace muy especial: no sabe estarse
quieto. Ni en su interior ni en su exterior. Nos gusta movernos. Pero, además, nos gusta saber de
otros que antes se han movido. O que se mueven. E incluso que imaginan que se
mueven.
Cuando Ulises intenta regresar a su Ítaca perdida,
saltando de isla en isla tras destruir Troya, enfrentado a los mil juegos
crueles de los antiguos dioses, está conformando una de las primeras novelas de
aventuras de la historia. Podemos imaginar a sus lectores (u oyentes) de
entonces embelesarse con aquellas escenas que tomaban, seguro, por ciertas. ¿Y
qué decir de los viajes de Marco Polo? Entonces se invierte la imagen: un comerciante
que, a su regreso de años de experiencias, escribe el libro de las
maravillas que, efectivamente, maravilla a Europa pero, ay, que todos toman por
ficción,
para desdicha de su autor.
Descubridores y conquistadores de
las primeras tierras americanas exploraban guiados por la codicia, pero
igualmente por ese afán de moverse, de seguir hacia adelante. En sus
mentes se abrían paso las imágenes de tierras
descritas en los libros de caballerías y no es extraño que buscaran, en la
realidad, la fantasía de El Dorado o de la fuente de la eterna
juventud. Y cuando el viaje es enteramente fantástico, sin
posibilidad ya de error, como cuando Gulliver erra entre enanos y gigantes,
sabios y yahoos; o los submarinos
recorren miles de leguas mientras formidables gentlemans victorianos salen en
pos de la puntualidad superlativa… también entonces nos emocionamos con sus
intrincadas aventuras. Aunque sepamos sin lugar a dudas que son mentira. Porque viajamos con ellos. Nos
movemos, sufrimos y gozamos con ellos, eso sí, desde la comodidad
de nuestro sillón cómplice.
Viajar no es sólo un desplazamiento
físico.
Cuando lo hacemos en la realidad, nuestro interior cambia a la par que los
paisajes y personas que encontramos por el camino. Pero cuando lo hacemos a
través de las páginas de los libros, ese mismo interior también
se mueve y muta. Puede que siempre andemos en busca de un más allá tanto fuera como
dentro de nosotros, de una frontera que atravesar hasta la próxima frontera. No
somos animales que migren, o ganado que busque su pasto de invierno. Somos
mucho más.
Un espíritu
que otea el horizonte pensando qué habrá tras él. Y que dice: ¡muévete!
Encarni Porcel
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